De manera honesta, madura y preparada, reconocemos la existencia de la consciencia suprema, presente en nuestra forma humana. Aceptamos conscientemente que su presencia en nosotros es la herramienta del desarrollo: humano, psicológico, emocional y fisco más poderosa con la que conectamos de manera inteligente, razonada y funcional cuando conectamos con nuestra divinidad y sus expresiones en cada uno de sus campos de acción terrenal.
Reconocemos de manera agradecida, humilde, inteligente y emocionalmente que esta radica en todo nuestro ser, prevaleciendo ante todos los estados del cuerpo, mente, emociones, sensaciones y percepción de lo aparentemente inexistente o invisible.
Comprometidamente nos preparamos con madurez para establecer una relación profunda, sincera, perdurable con todo lo que la consciencia nos otorga.
Nos apegamos a los valores y principios de vida que nos sustentan como entidades espirituales, energéticas, emocionales, mentales, fisiológicas y humanas; para así preservar la verdad, entendiendo como verdad, todo aquello que genera armonía en nosotros e impacta constructivamente a la humanidad.